As desagradecidas, Cineclube de Compostela. Noviembre 2011

Los desagradecidos

Lo desagradecido se fundamentaría por oposición. No sería, entonces, un acto aislado, excluido; mas tampoco, por su propia dinámica relacional, disidente, ni siquiera independiente. Su catadura, políticamente, tendría difícil acotación. Implicaría, eso sí, un cierto desdén. Un gesto discorde. Estableciendo una comunicación incómoda, arisca. El diccionario nos traslada que arisco significa áspero, intratable. Quizá sería de utilidad añadir que comparte su raíz con el término arista. Siendo literales, desagradecido no es otra cosa que alguien no agradecido. ¿Y qué significa agradecer? Pues reconocer, corresponder, o gratificar, premiar y satisfacer, también dar las gracias. Dar las gracias.

Un rasgo que agrada es, de una u otra manera, bello. Un aspecto que se ofrece a nuestros sentidos, y los capta. Los rapta. Llenándolos, y, por consiguiente, obturándolos. La belleza sería, de esa manera, un señuelo.

La gracia. Unos se la dan a otros. Se la conceden, se la reconocen. Eso les llega. A los agraciados. A los, pues, agradables. Llega tanto que llena, que logra tener mucho peso, hasta practicar una modificación en las conductas. Haciendo de ellas estrategias. Un patrón, una pauta que repetir. Algo encaminado a la consecución de una ganancia, previamente testada. En el acto de agradecer habría, así, doble provecho. El receptor sacaría el mejor fruto; pero el que agradece, como un objeto expuesto a algún tipo de rebote, de retroalimentación, se vería beneficiado. Al menos con el favor, la atención, o la simple presencia del otro.

Un desagradecido puro sería un ser ingrato; un asocial, de simiente déspota. Uno intencionado, discontinuo, en cambio, podría estar marcando una distancia, o visibilizando una falla. Podría, también, pretender romper cierta secuencia, o al menos subvertirla, reordenarla. Quizá se estuviera planteando trasladar un mensaje. Quizá fuera alguien que quisiera llamar la atención sobre algo. Ahí. En esa cadena.

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